Es bien sabido en el mundillo musical que cada cierto tiempo las tornas cambian y el género más popular acaba siendo el más defenestrado en cuestión de días. Y es cierto, quizás el rock and roll tuvo momentos mejores. Los seguidores más asiduos tienen que buscarse las habichuelas para saciar sus ganas de ver a su banda predilecta tocar un solo de guitarra que tardarán en olvidar. Pero, si bien la primera afirmación resulta incuestionable, lo que tampoco se puede negar es que el género musical que influyó a Chuck Berry, Little Richard o, si nos ponemos exquisitos abarcando las raíces del soul y el R&B, a la inimitable Big Mama Thornton, está más que vivo. Pocos estadios se llenarán si se sube al escenario una banda con tales influencias, pero, si uno se pone a buscar, encontrará aquello que le haga feliz.
Es aquí precisamente cuando incluiremos en la ecuación a un grupo tan consagrado como Los Zigarros. Su labor no solo resulta encomiable para los que acudimos a las salas de conciertos para escuchar una buena dosis de rock puro, directo a le vena, sino que también son parte fundamental para animar a todos aquellos jóvenes (y no tan jóvenes) a que se cuelguen una guitarra o un bajo al hombro, formen un grupo y se lo pasen de lujo tocando con sus amigos. Eso sí, que no piensen estos últimos que el mundo de la música es un camino de rosas. Que se lo digan si no a la banda valenciana, que, a costa de tocar en todos los sitios y rincones del país durante más de diez años, empiezan a ver la luz al final dele túnel.
La gira de su último disco, Acantilados, va camino de acabarse, no sin antes recabar en el Palacio de los Deportes de Madrid el próximo 22 de febrero, en un concierto que a buen seguro se antoja memorable. Tras más de un año y medio en la carretera, Ovidi, Álvaro, Natxo y Adrián dirán adiós durante un tiempo (pequeñito, suponemos) a las tablas para empezar a poner las primeras piedras de su próximo álbum. Y una de las últimas fechas del calendario fue la de Málaga de este pasado sábado, más concretamente en la sala París 15. Con un sonido y una puesta de escena que se llevarían todos los elogios posibles, los cuatro artistas llevaron a cabo un recorrido por su carrera musical, interpretando canciones de sus cuatro discos de estudio publicados e intercalando los temas incluidos en ellos, para formar un setlist que hizo las delicias de todos los allí presentes.
La primera declaración de intenciones fue ese Rock Rápido que hizo temblar los cimientos, dando paso a la versión de Mis Amigos de Flying Rebollos. Las botas blancas de Álvaro ya empezaban a ensuciarse, y eso que no llevábamos ni diez minutos de bolo. Mención aparte merece Aullando en el desierto, resultando especialmente exquisita en vivo y en directo, con una rueda de acordes de guitarra que recuerda al añorado Tom Petty. Un momento, nos estamos adelantando. La subida de decibelios vino, igualmente, de Cayendo por el agujero y ese canto a la aversión como es Odiar me gusta. «Odiar al jefe porque gana más que yo…».
El que piense que Los Zigarros ya no puedan sorprender más, se equivoca. 100.000 bolas de cristal es, simple y llanamente, una maravilla. Ya lo es si uno se pone los auriculares en el salón de su casa, pero es que si se escucha en concierto con las luces que desprende la bola de discoteca, ya es otro cantar. Para que se entienda, es como si Freddie Mercury estuviera presente. Para qué añadir algo más. Habiendo saludado a la multitud y acto seguido de inaugurar el piano situado en medio del escenario, se veía que el bueno de Ovidi iba entrando en calor. Qué importante es ser un buen frontman. Una versión acústica súper acertada de Desde que ya no eres mía y cuya primera estrofa fue cantada a la perfección por la totalidad del público, dio paso al tramo final de la noche.
Y claro, lo mejor se guarda siempre para el final. Resaca y Voy a bailar encima de ti ejemplificaron lo que la gente había ido a buscar en esa noche fría de febrero. Finalmente, con A todo que sí y Malas Decisiones (qué riff en la guitarra de Álvaro, por cierto), parecía que todo había acabado. Pero, ¡ay, amigo! Quedaba la guinda del pastel. Para sorpresa de todos, Nacho Sarria subió a las tablas con una camiseta mítica del Málaga CF y con su Gibson SG roja fuego para interpretar de una manera brutal Dispárame. Qué suerte tienen los malagueños de contar con un músico de tanto calibre como Sarria, las cosas como son.
Después de reponer fuerzas durante unos minutos, los cuatro músicos regresaron al escenario para el encore que tan querido es por todo melómano que se precie. Apaga la Radio, Hablar, hablar, hablar… y Dentro de la ley supusieron el punto y final, no sin antes que más de uno se dejara la voz cantando a grito pelado el qué demonios hago yo aquí que recuerda que siempre hay tiempo para darle un giro de 180 grados a tu vida anodina. Quien piense que el rock and roll está de capa caída, no sabe lo que dice. Son buenos tiempos para disfrutar de una buena dosis de guitarras a todo volumen, que no nos engañen. Rasca un poco y encontrarás lo que te gusta. «No me acuerdo del trabajo, ni de jefes ni de horarios, esta noche solo quiero cantar…».