Hay instantes en los que uno se quedaría a vivir para siempre. El primer beso, un último abrazo, una fiesta irrepetible, una declaración de amor… y, para quien ama la música, por qué no, un concierto. Hay ‘shows’ que desearíamos que fueran infinitos, que detienen el tiempo durante un par de horas, que reconfortan y emocionan, que se quedan para siempre en nuestra memoria y que trascienden. No ocurren con frecuencia, pero cuando los astros se alinean y todo sale rodado, estos conciertos pasan a la historia.
Posiblemente el de Arde Bogotá el pasado 13 de diciembre en Madrid sea uno de esos conciertos que será recordado durante mucho tiempo. La joven banda, que ha vivido un ascenso meteórico en los últimos años, se presentaba el viernes en el WiZink Center de la capital ante el mayor reto y aforo de su carrera (festivales aparte), con el cartel de todo vendido desde hace un año, reventas disparadas y más de 15.000 almas deseosas de recibir a la que se ha convertido en la banda de rock de referencia de nuestro país. Seis premios de la música, un Ondas, tres nominaciones a los Grammy Latino… las expectativas estaban por las nubes… y aún así, se superaron.
A las 21:00 en punto cuatro amigos de Cartagena que hasta hace poco ensayaban en un polígono saltaron al escenario del WiZink para ser recibidos como auténticos héroes. “Bienvenidos al sueño y la ilusión de cuatro muchachos, esperamos que sea la fiesta de todos”, saludaba, con su voz grave, Antonio García, acompañado por la guitarra de Dani Sánchez, el bajo de Pepe Esteban y la batería de José Ángel Mercader. “Somos Arde Bogotá y hemos venido a bailar”. Dicho y hecho.
El concierto empezó fuerte con ‘Veneno y Abajo’, siguió con ‘Quiero casarme contigo’ y ‘Nuestros pecados’ y estalló con ‘Qué vida tan dura’. Para entonces, la banda bailaba desatada, y todo el recinto al completo, también. Arde Bogotá continuó haciendo un buen repaso a su discografía, con temas de su primer EP, ‘El tiempo y la actitud’ (2020) y sus dos álbumes, ‘La noche’ (2021) y ‘Cowboys de la A-3’ (2023).
Mención aparte merecen momentos como el parón del grupo para tocar ‘Exoplaneta’, una de sus canciones más sentidas, para la cual se apagaron las luces y todo el WiZink encendió las linternas, ‘La Salvación’, durante la cual se derramaron algunas lágrimas, la épica ‘La Torre Picasso’, que ha revolucionado la industria con sus 8 minutos de duración o ‘Virtud y castigo’, que la banda interpretó acompañada de una imponente orquesta de cuerdas. Y es que Arde Bogotá tampoco se quedó corto en la escenografía y el montaje de su recital, al nivel de cualquier banda internacional. Hacía tiempo que nadie de nuestro país se animaba a montar algo tan gordo.
Con una estética ‘western’ inconfudible la banda recreó una gasolinera sobre el escenario del WiZink (quizás para simbolizar el camino recorrido hasta llegar a la capital), con una estructura que subía y bajaba, colocó un gran sol al fondo que crecía y menguaba al ritmo de las canciones y como colofón, subió a lo más alto del recinto a una orquesta con violines, violas y violonchelos dirigida por Álvaro Pintado, que elevó hasta el infinito temas como ‘Copilotos’, ‘Flor de la Mancha’, ‘Antiaéreo’ o ‘Los Perros’, que sonaron más épicos que nunca.
Para terminar, ‘Cariño’, uno de sus grandes hits, con el que cada rincón del recinto vibró, saltó y bailó. La banda de Murcia se despedía entonces de la capital demostrando que en su rápido ascenso a lo más alto a la velocidad de un rayo nada ha sido casualidad y que su éxito está más que justificado: canciones frescas con letras que calan, una propuesta de rock nueva que la escena española necesitaba y ansiaba, valentía en sus decisiones, trabajo duro, elegancia en sus ejecuciones. Sonido pulido, carisma y modestia. Energía y la ambición de cuatro chavales que soñaban con estar donde están ahora. Arde Bogotá no tiene techo. Aquí estaremos para ver hasta donde pueden llegar.