El rock es cuestión de actitud. Ya lo dice Loquillo en una de sus canciones más conocidas. El comportamiento y los movimientos que un artista realiza sobre las tablas cobra especial importancia en el caso del rock and roll más puro. Pitillos, botas de punta y el amplificador siempre a máxima potencia. La fórmula infalible para que el respetable acabe sudando más que los propios músicos. De todo ello saben mucho una banda que se hacen llamar Los Zigarros y, ¡ay!, pobre de aquel que todavía no sepa de su presencia en el circuito rockero de este país.
La gira de presentación de su último trabajo, titulado ‘Acantilados’ y lanzado al mercado el pasado mes de noviembre, está posibilitando que los cuatro músicos que forman este grupo llamado a copar todas las listas del rock patrio (si es que no lo han hecho ya), ofrezcan su mejor versión encima del escenario. Al fin y al cabo es donde un músico puede demostrar sus dotes artísticas. De acuerdo que los cientos y cientos de conciertos que han dado Los Zigarros a lo largo y ancho del país desde que empezaran a dar sus primeros pasos hace once años eran una experiencia única, pero la cosa es que es bien conocido que la experiencia es una virtud. Año tras año vas encontrando nuevas maneras de hacer música, incorporando nuevos instrumentos y componiendo canciones más ricas en cuanto a letra y música se refiere.
Queda claro, por lo tanto, que Ovidi y el piano que se encuentra situado en el centro del escenario durante todos los conciertos de la mencionada gira forman una pareja excepcional. De cine. A Ovidi se le ve como un niño con su juguete preferido que le han regalado los Reyes Magos. Puro deleite. Y al resto del grupo se les ve una sonrisa perenne en sus rostros al ver que todo fluye como es debido. Álvaro va camino de convertirse en el guitarrista más virtuoso del panorama musical actual. Junto a Natxo Tamarit al bajo y Adrián Ribes a la batería, el resultado es un concierto de rock en mayúsculas.
Cierto es que la banda brilla muchísimo más en las salas de mediano tamaño. Es aquí en donde pueden desplegar todo su poderío y talento disponible. La prueba es que la cita del pasado viernes en la sala Óxido de Guadalajara no puede compararse en ningún modo con el concierto que tuvo lugar el pasado enero en Madrid. Un espacio puede jugar a tu favor o todo lo contrario. El sonido que desplegaron Los Zigarros el pasado viernes no era apto para oídos sensibles, a diferencia del que ofrecieron en la capital unos días atrás. Lo que queda claro es que por la banda no fue. Y eso es un alivio, las cosas como son.
El tema más enérgico del último trabajo, Rock Rápido, fue el que hizo retumbar por primera vez los cimientos de la Óxido, seguida de No Pain No Gain y esa Aullando en el desierto, que recuerda tanto al idolatrado y querido Tom Petty. Un primer trío que hizo que una llenísima sala se pusiera a cantar y a bailar desde el primer segundo. Se notaba en el ambiente que había ganas de fiesta. La duda de si aun quedaba alguien en el respetable con los pies anclados en el suelo quedó disipada con Cayendo por el agujero, Resaca y Voy a bailar encima de ti. Sin pausa, un gancho directo a la mandíbula.
La pausa llegó con Barcelona, de nuevo con Ovidi enfrente del piano. “Me fui para Barcelona y mi corazón se despertó…”. Pero claro, en esta vida todo vuelve cual boomerang. Y la jarana regresó al primer plano con 100.000 bolas de cristal, una canción que tiene unos aires a Queen que debería estudiarse. Una maravilla. Llegados a este punto de la noche, no había otra posibilidad de que todo fuera ya cuesta abajo y sin frenos. Y para que esto suceda también es necesario un setlist adecuado y acorde a cada situación.
Alternando temas más tranquilos con otros a guitarrazo limpio, todo iba como la seda. “Estamos muy a gusto”, decía el bueno de Ovidi. Y tanto que lo estaban. La coreadísima A todo que sí fue un regalo para todos. Al igual que Dispárame y Hablar, hablar, hablar… Poco a poco se iba observando el final. Porque si todo vuelve en la vida, también hay que aceptar que todo termina. Tenía que probar y Acantilados cerraron el primer bloque, previa interpretación a que Ovidi, Álvaro, Natxo y Adrián abandonaran por un momento en el escenario.
Unos segundos después fue Ovidi el que apareció solo para tocar una más que preciosa Monstruos. “La noche abre las heridas de los que lloran por amor…”. El resto del grupo volvió para acompañar al frontman valenciano con unos chupitos en la mano. La gasolina necesaria para encarar con ganas los últimos minutos. Para el final debe guardarse uno lo mejor que tenga en el bolsillo. Y, en esta ocasión, no iba a ser menos. Faltaría más. Apaga la radio, Malas decisiones, Dentro de la ley y Qué demonios hago yo aquí pusieron el broche final a una noche de rock and roll, como bien cantaba Barricada. Si todavía queda alguna persona que afirme que el rock en España está muerto, que se pase por alguno de los conciertos que Los Zigarros tiene programados en los últimos meses. Cambiará de opinión al instante. “Empezamos a tocar, nunca estaba en casa ya…”.