Cuando un equipo juega en casa se espera que muestre su máximo nivel y haga disfrutar a la afición que acude a animar incondicionalmente. Costa sabe muy bien cómo dejar más que satisfecho a su público y aprovechó la ocasión de tocar en Madrid para demostrar que tras 20 años de carrera mantiene la ambición necesaria para seguir vivo en un panorama contaminado por la inmediatez.
Con 6 álbumes a su espalda y una carrera que le respalda como un verdadero OG, Costa saltó al escenario con la ilusión de quien da su primer bolo. Cocaína En Base fue el track inicial, lo que lanzaba varios mensajes. En primer lugar, que no iba a ser un show tranquilo ni apto para taquicárdicos, y, por otro lado, que a pesar de estar presentando su trabajo más reciente, Salvaje, no pensaba olvidarse de su pasado.
La historia de Costa es de resistencia y lucha contra lo políticamente correcto y las fórmulas de una industria que cada vez premia menos la música con un mensaje contundente. La veteranía del MC hizo que entre el público convivieran varias generaciones unidas por la realidad que plasma en sus letras desde principios de siglo – lo que demuestra que su trascendencia pese a la nula promoción con la que cuenta en los medios –. Las 1000 personas que abarrotaron La Paqui formaron parte de algo más que un concierto; dieron un mensaje que el artista se encargó de agradecer en varias ocasiones durante la noche: el underground está vivo, simplemente hay que mirar en los callejones donde nadie quiere asomarse.
Hay música que está destinada a vivir entre sombras y que no tiene sentido que sea apreciada por “la mayoría”. El punk odia a “la mayoría” y escupe sobre sus convenciones morales y su apariencia porque, en el fondo, todos los que lo rechazan también tienen un lado destructivo y caótico. Costa es uno de los últimos reductos del punk en nuestro país, y amarlo u odiarlo es necesario para que este siga vivo, despreciado y menospreciado probablemente, pero todavía en pie para seguir molestando.
En cuanto al show, en dos horas de repertorio hubo tiempo para ver al pie de micro recibir varias patadas, ron volando por la sala e incluso a Costa entre el público en un pogo. Las canciones más recientes fueron bien recibidas por una multitud que, sin embargo, terminó de estallar con clásicos como Mi Yemayá, El Rey, Ciudad Pecado, Sin Mirar Atrás o Alma Sucia. También merece una mención de honor Lawer Chacal, que siempre cubriendo la espalda de Costa supo hacerse con las riendas del espectáculo en Periquito y Obsesivo, donde sus cachos fueron recitados de memoria por él y mil almas más. El clímax de la noche llegó cuando sonaron las primeras notas de Inmortal, señal de que quedaba poco para el final del concierto. Je Suis Ali fue el último tema que retumbó en los altavoces y solo las luces encendidas hicieron que la gente comenzará a percatarse de que la música no iba a sonar de nuevo.
Si algo ha dejado claro Costa es que en casa no se falla y que lo mínimo exigible en ocasiones así es darlo todo, y vaya si lo dio. Cuando uno es sincero con su mensaje y coherente con su discurso lo que se obtiene es una carrera como la del rapero madrileño, exitosa y próspera, pero sobre todo respetada por cualquiera que busque en el arte algo más que un producto. Pase el tiempo que pase y cambie de estilo las veces que cambie, Costa ha demostrado seguir siendo el rey en lo suyo. Desde hace 20 años, bestia, ingobernable e inmortal.