Lo que une el Sonorama, que no lo separe nadie. Del 9 al 13 de agosto, han sido cinco jornadas las que evidencian la necesidad de este festival para la música nacional, que además va más allá de esta rama cultural, extendiéndose a otras como la turística o la gastronómica.
Pero como lo que nos concierne es la música, vengamos a hablar de ella. Con los años -ya son 26 las ediciones que el festival celebra en 2023- así como el boca a boca y todo aquel que lo nombra “el mejor festival de España”, es normal que haya poca gente a la que le quede por vivirlo.
Bandas que prácticamente viven en el Sonorama y a quien el festival considera familia han sido testigos de un público a la altura que ha podido disfrutar de figuras del indie, el pop el rock nacional como Sidonie, Niños Mutantes o Miss Caffeina, que, sin esperar nada a cambio porque ya lo tienen todo, ofrecieron shows a los que ya tienen acostumbrado al mismo público que año tras año y donde sea se congrega para corear sus versos.
Pero si hay algo además de este patrón de géneros y bandas que se repite año tras año en todos los carteles es el equilibrio perfecto entre lo mucho conocido y lo más aún por conocer, con sobresalientes shows como el de Trueno o Las Ligas Menores -exponentes latinoamericanos- y los que cada día bajo el sol tenían lugar en la mítica Plaza del Trigo: Rococó reviviendo el pop-rock internacional en tierras nacionales, los pasos agigantados a los que presenciamos el desarrollo de Melifluo al cántico de “¡Escenario principal!” o Anabel Lee lanzando trallazos de adrenalina en un concierto donde nadie, ni queriendo, lograba estar quieto. También aquellos nombres cuyos deseos se han hecho realidad, y en cuestión de un año se encuentran en los escenarios más multitudinarios del Sonorama: Carolina Durante -el por qué no tiene mucho misterio-, Alizzz -que definitivamente deja de estar a la sombra en la producción-, Veintiuno –Beintiuno para la ocasión, coincidiendo con la jornada inaugural del festival-, Arde Bogotá -cuyo mote “hijos de la puta intensidad” hizo justicia aquella noche, y todas, para qué engañarnos- o Natalia Lacunza, que dominaba en las tablas del escenario ‘Tierra de sabor’ con su Tiny Band, su tercer disco “Tiene que ser para mí” y los adelantos que preceden una nueva etapa para la pamplonica. Y con todo ello, un cierre de festival donde Kitai, con la energía el rock por bandera, se enfrentaba en su sexta y más grande actuación en el Sonorama Ribera.
También brilló el homenaje a aquellos proyectos que, quizás destinados a prevalecer en plataformas digitales, se arman de valor para subirse a las tarimas y sentar una conexión especial con los asistentes, como fue el caso de Hens, Walls, Xavibo o Delgao. Y con todo esto, el clímax y punto más alto de la noche, pese a no ser un concierto de madrugada pero sí de cabeza de cartel, la guinda de la cuarta jornada, probablemente la más importante y grabada a fuego por muchos, la ponía Amaral en un concierto que marcaba sus 25 años como banda celebrando sus bodas de plata. Amaral es Eva -y Juan-, pero también es Zahara, Rigoberta Bandini, Rocío Saiz y muchas más mujeres que día tras día luchan por su libertad y tranquilidad.
Definitivamente, para entender la esencia del Sonorama Ribera hay que adentrarse -probablemente mucho más que esto- en él. Pero si a sus 26 años se conserva así de bien, el resto será historia que podremos contar a nuestros pequeños sin necesidad de haber leído nada porque lo podremos haber vivido todos.
Texto: Lucía Monsalve
Fotografías: James Lomax