Asistir a un concierto en teatro y terminar viendo lo que sucede mediante una pantalla no parece, a priori, plato de buen gusto. Ya es suficiente con las actuaciones en grandes recintos. Lo dijo Nando Cruz: «El gran timo del rock’n’roll no fueron los Sex Pistols sino cualquier concierto que tengas que acabar viendo a través de la pantalla«.
Pero tras ver en acción a El Drogas y la Rhythm & Blues Band en el Nuevo Teatro Alcalá (Madrid) nadie parecía sentirse timado. De hecho, contemplar el final de esta peculiar forma no fue un contratiempo, sino la guinda de la función: Enrique Villareal y los suyos decidieron que lo mejor para cerrar era, primero, recorrer el pasillo en conjunto (nueve componentes) mientras tocaban en acústico la emotiva Otros tragos para, aquí la sorpresa, acabar el concierto en plena calle Alcalá. Las carreras de los asistentes por no perderse un rasgueo se sucedieron y, en menos de un minuto, era prácticamente imposible ver algo si no era a través de los teléfonos alzados de los asistentes.
Quizá fue la única vez que se agradeció este tipo de grabación: pese a tener un público que pasaba la treintena, la obsesión por grabar a El Drogas cuando bajaba del escenario y se paseaba por el pasillo era excesiva. De hecho, recordaba cómicamente al capítulo White Bear de Black Mirror (2×01). Al menos, han quedado un buen puñado de recuerdos en YouTube.
Pero todo se perdona cuando se trata de Enrique Villarreal, merecedor -junto a Rosendo- de la cátedra del rock estatal. La sensación de que cada butaca estaba ocupada -con perfil muy variado, dicho sea- por alguien a quien el que fuera cantante de Barricada le habían dejado un importante poso se refutaba ovación tras ovación.
No obstante, frente a las ya tristemente habituales giras de ‘viejas glorias’ para hacer caja con canciones de su juventud, se planta Villarreal. Aunque el concierto optó por algunos clásicos de Barricada (y dejó muchos fuera, como No hay tregua o En blanco y negro) y Txarrena (Empujo pa’aki,Todos los gatos o Con tu piel, entre otras), el grueso recital se sostuvo con las composiciones más recientes de sus discos en solitario, muy bien recibidas (incluso jaleadas) por los asistentes. Cerca de cumplir los 60, y con más de 20 discos de estudio a sus espaldas, muy pocos pueden presumir de seguir encandilando al público de esta forma.
Por supuesto, en tanto que himnos generacionales, temas como No sé qué hacer contigo, Animal caliente o Deja que esto no acabe nunca no tienen rival a la hora de levantar a los fans de sus butacas e, incluso, ensordecer el sonido de la banda con sus cánticos. Una banda, por cierto, ampliada para esta pequeña gira de teatros, pasando de una formación clásica a añadir vientos, teclados y coristas femeninas, a fin de lograr notablemente la versión rhythm & blues de su habitual rock urbano. Y es que no solo la elección del repertorio nos presenta a un artista que se sigue mostrando pletórico, sino también la propia apuesta por este formato -u otros, como La (des)memoria band-, buscando reinventarse y no repetirse. Tampoco hay muchos artistas que, con perfil similar, muestren esta ambición por seguir dando lo mejor de sí.
Que El Drogas es el protagonista indiscutible de la noche allá donde actúe ya lo sabíamos, pero esto no se traduce en una borrachera de ego: compartió su papel central con el resto de músicos, pasando en al menos la mitad del setlist a un segundo plano y permitiendo que el resto de la banda nos deleitara también de forma individual.
Con su espíritu reivindicativo y reflexivo, que parece incluso acrecentarse con el paso del tiempo, Villarreal también tuvo palabras y dedicatorias para la madre de Gabriel Cruz (Nada sin ti, de Txarrena), los problemas de drogadicción en la década de los 80 (con una versión memorable de la mítica Heroes de David Bowie) o la huelga feminista del pasado 8 de marzo (Con tu presencia), a la que hizo varias referencias a lo largo del concierto. «Quiero dedicar esta canción al feminismo… Bueno no, mejor a las feministas, que el feminismo parece ser que es el Rivera», comentó en el tono humorístico que mantuvo toda la noche con el público.
Aunque el sonido no acompañó hasta bien entrado el concierto, quedaba relegado a la categoría de minucia por la gran interpretación de la Rhythm & Blues Band y el inconfundible sello de showman de Enrique Villarreal, cuya voz y movimientos eclipsan todo lo que se ponga de por medio.
Como comentaba al inicio, el recital terminó inesperadamente en la calle, en la misma puerta del Nuevo Teatro Alcalá, situado en el adinerado barrio de Goya. El contraste de ver actuar a un artista de origen y tradición obrera con este peculiar telón de fondo final supuso una ironía visual digna de recordar. Y ello pese a los pocos viandantes que pasaban en aquel momento (lunes, 23:30h) por la intersección entre las calles Alcalá y Jorge Juan.
Entre estos, un grupo de veinteañeros, vestidos con náuticos y camisa, paran y contemplan con sorna (y sin pantallas mediante) el final del concierto. Creen que se trata de una perfomance perteneciente al musical Billy Elliot, cuya promoción abarrota toda la fachada del teatro. Parece más fácil divertirse mientras vemos cómo se marchan que explicarles quién es ese señor que, pañuelo en la cabeza, está berreando a la medianoche en la avenida principal de su barrio.